Las 5 menos 3
minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo
y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a
tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados.
Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de
comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la
obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley
número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que
parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de
fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes
como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja.
Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo.
Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas
pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento,
lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la
muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal...
visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y
suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza
tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales...
tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece
que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son
importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los
términos con que está redactada la sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado,
secretario..."
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro
a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico.
Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho.
Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las
rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para
tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para
que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la
cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al
condenado. Éste grita:
-Venda no.
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